martes, 12 de febrero de 2008

Prensa y Poder

Por César Hildebrandt

En La Primera 12 de febrero de 2008


¿Hasta dónde debería de llegar el poder de la prensa? Depende de la prensa. Si hablamos de la prensa que investiga de verdad, que separa los intereses de sus propietarios de la necesidad de servir a la opinión pública, la respuesta debería de ser: hasta donde la búsqueda de la verdad se lo permita.

Sin embargo, esa prensa ­ideal –el Post de los Graham, el New York Times antes de la enfermedad del “patriotismo”– está hoy desapareciendo o se debilita delante de nuestros ojos.

Muerto Jesús de Polanco, por ejemplo, El País, el mayor y mejor periódico escrito en castellano, se debate entre la presión de los sucesores de Polanco por defender el imperio de Prisa y las demandas de independencia de sus ya viejos lectores. Y, claro, aquí cuenta la casi confesión sincera de Juan Luis Cebrián, fundador de El País y siempre consejero de Prisa: “La prensa no puede dejar de ser un negocio rentable”.

Eso es cierto. Lo que pasa es que los negocios rentables de las demás esferas no tienen como producto la búsqueda de la verdad, que suele ser tan incómoda y tan explosiva para los negocios más rentables del planeta (la especulación financiera, el petróleo, la fabricación de armamento, el narcotráfico, el lavado de dinero).

¿Cómo, entonces, buscar la verdad que puede herir a los más poderosos y seguir contando con el favor publicitario y bancario de los poderosos?

Esa es la clave de todo el problema. Y ante ese dilema, la respuesta global de la gran prensa ha sido desactivar lo más que se pueda sus equipos de investigación y, simultáneamente, dirigir esa investigación a escudriñar las debilidades de los políticos –lo cual está muy bien–, pero a costa de no meterse con el poder monstruoso de las corporaciones (el verdadero gobierno de la aldea global).

¿Estará el futuro, entonces, en el llamado “periodismo ciudadano”, el que surge de los blogs del Internet? Lo dudo: cada día que pasa los blogs demuestran, con las excepciones del caso, los mismos defectos de la gran prensa y los mismos vicios del periodismo: el culto al poder establecido, la rutina mental que lleva a ser parte mineralizada “de lo políticamente correcto”, la creencia implícita de que la alianza entre el libre mercado y la democracia electoral es el fin de la historia (es decir el cese de todas las rebeldías). Y con un agravante: muchos blogs de investigación no son sino la expresión iracunda de filias y fobias personales y de investigación profesional no tienen nada. Confunden, con todo amateurismo además, papas con camotes y encima editorializan con la certeza del que cree que dudar es pecado mortal.

¿Dónde está la luz al final del túnel? Quizás en periódicos hechos por periodistas, falansterios de la comunicación que vendan masivamente, que puedan prescindir olímpicamente de la publicidad y que sean premiados con el ­éxito gracias a su demostrada independencia y rigor.

Rigor. Esa es la palabra que a muchos espanta. Porque una cosa es tomar la declaración de un testigo dudoso y convertir eso en un panfleto lapidario para la víctima de turno –eso es lo que se hace con quienes no tienen posibilidad de defenderse en igualdad de condiciones– y otra es investigar con inteligencia y recursos en búsqueda de una verdad generalmente oculta entre malezas y papeles de apariencia indescifrable, entre empresas de paja y tercerías con sede en islas del Caribe. La investigación requiere mucho talento y un poco de dinero. En nuestro medio ambos factores escasean: las universidades construyen preguntadores ingenuos –no investigadores– y a las empresas la investigación les interesa, por lo general, si es libre de gastos y más aún si está dirigida contra algún adversario del periódico.

Y rigor es lo que ha perdido la prensa peruana. Con excepción de Páez, Cruz y Uceda –topos pacientes y exitosos la mayor parte de las veces–, los profesionales de la investigación brillan por su ausencia. Han sido reemplazados muchas veces por difamadores de comida rápida, armadores de tramas que no se sostienen en el tiempo pero que pueden impactar en el instante.

Si alguien se dedicara a investigar el verdadero poder del narcotráfico en el Perú, ¿no llegaría a conclusiones sorprendentes? ¿Por qué nunca se investigó la compra de dólares negros de Uchiza por el Banco de Crédito? ¿Por qué no se nos dice cuántas pesqueras han sido alcanzadas por el poder que compra todo? ¿Por qué nunca sabremos cuántos periodistas preocupados por el poder de la cocaína la consumen en abundancia y se sienten omnipotentes e impunes por su inhalación?

¿Se han dado cuenta de que hay gente muy interesada en que nos quedemos con el menú del narcotraficante y asesino Fernando Zevallos, ya condenado a 20 años de cárcel y residente forzado de Piedras Gordas?

¿Cuántos exportadores han sacado coca por el puerto del Callao desde el día en que alguien anuló el control de la supervisoras privadas de aduana?

¿Quién quiere hacernos creer que el narcotráfico es un ­asunto que atañe sólo a narcos ya encarcelados y a mochileros del Vrae cuando es también “un asunto de blancos” –como se dice en el Perú que Jorge Bruce acaba de describir tan bien–?

Posdata: El ministerio público debería concederle a la quebradiza fiscal Luz Loayza la gracia de quedarse en Lima. Total, tampoco es que Maynas se sublevaría ante su ausencia. Y en cuanto a ti, Aldito: ¿por qué tratas de enlodar tan enfermizamente a quienes te recuerdan, con un poco de humor, tu viaje pagado por Suez Energy? Y siempre te vas de narices, Aldo querido: si la DEA me siguiera los pasos, como en tus sueños de opio ­imaginas, ya lo habría soltado, a todo pulmón, la doctora Loayza, que trabaja allí. En cuanto a mi inglés: es muy malo, pero es mejor que tu finlandés. ¿Te acuerdas?

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